El buen periodismo (riguroso, honrado, valiente y responsable) es humano. No es frío ni insensible. Emociona. Por eso, dignifica la profesión que un periodista llore en directo. Eso sí, siempre y cuando sea de forma sincera. Sin sensacionalismos. Ni falsedades. Ni hipocresías. Ni vanaglorias. Y cuando sea por un motivo trascendente, vital. No frívola. Ni insustancial. Ni veleidosa. ¿Dónde está el límite? ¿Sabemos reconocer las lágrimas nobles que nacen del corazón y no del espectáculo para ganar audiencia? Un ejemplo reciente de cómo los profesionales de los medios de comunicación también lloran es el de Anderson Cooper, conocido presentador de la CNN a quien se le quebró la voz en directo cuando recordaba las personas que habían fallecido en el tiroteo de Orlando, Florida (puedes verlo aquí). Te ofrezco más casos de compañeros y compañeras periodistas que no pudieron ocultar sus sentimientos informando... De buena fe.
Este conductor de televisión no aguantó la emoción cuando su compañero informaba de una trágica noticia: el hallazgo de 15 cadáveres de niños y niñas entre las montañas de Kurdistan, víctimas del hambre y la deshidratación.
Esta vez era una periodista quien rompía en llanto al ver el cuerpo desnutrido de un niño somalí que no podía caminar por la poliomielitis.
Otro joven reportero lloraba en vivo cuando mostraba las consecuencias del terremoto de Ecuador.
Acabamos con otro momento en el que el enviado especial no soporta la emoción cuando informa de bombardeos de Israel sobre Palestina.
Ahora, tú. ¿Conoces más casos de periodistas que se hayan roto cumpliendo su misión de informar? ¿Cómo diferenciar las lágrimas nobles de las falsas? Recuerda que desde tu rinconcito también puedes (debes) ahogar el mal en abundancia de bien ayudando a cambiar el mundo. Comunica y vuela alto. Hasta pronto, si Dios quiere.
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